martes, 24 de febrero de 2009

jueves, 12 de febrero de 2009

Fotos

algunas fotos ...que hablan y alguna música que significa más que música....

Más mala que una monja....

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miércoles, 21 de enero de 2009

Habia una vez un niño


Habia una vez un niño que vino de vacaciones o que mejor, sus padres decidieron venir de vacaciones a rosario. Se llamó desde que sus mismos padres le pusieron un nombre Santiago. Santiago no estaba solo en su propia vida, además de con sus padres, lo acompaña un hermano que si averiguan confirmarán en algún jardín de infantes de rafaela que lo llaman Pedro.
Volviendo al hecho originario que me habría impulsado a escribir esta breve reseña, comentaré que ambos niños disfrutaron y recorrieron por aqui y por allá. Gritaron cuando lo sintieron necesario y cuando no, pidieron de que sus padres les compren todo aquello que creyeron era útil, tal vez necesario o no. Comieron cuando era la hora que dicen en la cultura occidental de este costado del atlántico, es el momento de comer, no por propia convicción, sino por la de sus padres. Bebieron cuando había ganas, sin preguntárselo demasiado, en realidad nada se preguntaban demasiado y en este sentido, muchos solían envidiarlos.
Hubo salidas varias, paseos algunos más comerciales que otros, muchas miradas. Nuestros ojos miraban desesperadamente, habia que mirarlo todo, habia que mirarlo bien, porque esos días fueron días que quedaron no sólo en nuestra rutina sino en el recuerdo de los que vendrían. Fuimos al rio en una de las salidas, Santiago estaba muy contento entre un paisaje encantador, del que percibía plantas, árboles, flores, y muy cerca el agua del Paraná.
De un lado estaba el río en toda su dimensión mientras que del otro y más apto para niños, había una especie de piletita, que creaba un nuevo destino para algunos turistas que preferían evitar el movimiento de las aguas y su profundidad. Nos bañamos en la piletita, tal como la llamaban Santi y Pedro y hubo esa misma tarde y para los dos anécdotas risueñas. Santi presenta una altura en la cual el río lo comprometía, supo que hacer y muy sutil y despierto a sus travesuras, de repente caía inesperadamente para volver a levantarse, sin victimizar el hecho, que en ocasiones resultaba agílmente buscado.
A estas torpes caídas, espontáneas a veces y previsibles otras, le siguieron una seguidilla de vómitos repentinos y también, a veces inesperados. Nosotros lo mirábamos, muy cerca. Mirábamos, mientras atinábamos a intentar un débil llamado de atención, que nada de efecto producía.
El niño hizo tantas caídas como quiso, varias veces... hasta que entetenidos nosotros dejamos de pensar cuántos excrementos pasearían imperceptiblemente, cuántas cantidades líquidas de pis andarían, irían y vendrían en total libertad. Dejamos por un instante de calcular, de hacer números y cuentas, de presumir cuántas personas habría en ese momento, para reírnos tímidamente, pero con razón.